miércoles, 3 de septiembre de 2014

Vidas.

Volví a mirar por la ventana hacia la calle vacía, el viento sacudía con fuerza las copas de los árboles y la tormenta se veía llegar. Deseé que volviera, que todo lo que me había dicho era mentira, que en realidad si me quería y soñaba construir una vida a mí lado, como alguna vez me había dicho.
Paso la noche y el frío me congelaba los huesos, él seguía sin venir. Pero tenía la esperanza de que apareciera en algún momento, con su sobretodo negro, aquel que usaba todos los inviernos, lo imaginaba doblando la esquina con su pelo bailando al ritmo del viento, su media sonrisa decorando su bello rostro, sus ojos color café llegando profundamente hasta mí, recorriéndome entera con la mirada.

Todavía recordaba los hermosos momentos de pasión vividos en esta misma casa, esta que conseguimos los dos, hace no sé cuánto tiempo. Nuestra relación no era una normal, de eso estaba segura, cada uno tenía sus problemas y a veces no nos entendíamos, pero nos acompañábamos incondicionalmente.
-Puedo acompañarte a ver tu padre, si quieres –le había dicho hace ya unos años, cuando empezamos nuestra “relación” o no sabía bien que era, su padre estaba internado y sabía que le dolía, por eso decidí acompañarlo. Creo que ese fue el punto de inflexión en dónde decidimos que comenzaríamos una relación seria, si es que podía llamarse así.
Nunca nos veían juntos, es más nuestros amigos solo nos encontraban en fiestas, para el resto de la sociedad nuestra pareja era casi inexistente. Pero nosotros tuvimos unos diez años hermosamente juntos.
-Julieta, llegué –decía siempre que llegaba del trabajo, yo siempre llegaba una hora antes que él y me preocupaba en buscar algo que cenar. Pero como muchas noches, ese día decidí que íbamos a pedir algo para comer. Al comentarle esta decisión me dedicó una de sus bellas y grandes sonrisas, estaba raramente feliz, corrió hacia mí y me levantó haciéndome girar en el aire mientras me abrazaba fuerte de la cintura.
No comimos, se no había hecho tarde, dedicó sus horas libres para amarme, acariciarme y recorrer una y otra vez mi cuerpo entero.
Lo extrañaba.

Me rendí, cuatro de la mañana y decidí irme a la cama. Me acosté cómodamente entre las sábanas, estiré las piernas y noté el vacío. Cerré los ojos, quería dormir profundamente.

5 a.m y Francisco estaba caminando rápidamente, se había arrepentido de haberle dicho que estaba cansado de esa vida monótona. No, sin ella él no tenía ni siquiera una vida. Podían cambiar, hacer cosas diferentes. Se había planteado pedirle casamiento, ir de viaje juntos, formar una familia. Quería que sus hijos fueran de ella y de ninguna otra, las lágrimas corrían por su rostro. ¿Cómo había permitido decirle todas esas mentiras absurdas que sus amigos le metieron en la cabeza?
Estaba a punto de cruzar la esquina para luego doblar, todavía se la podía imaginar viendo por la ventana esperando verlo. Ahora lo iba a ver, era tarde pero allí estaba, volviendo.
Cruzó rápido, tanto que ni siquiera vio venir esa trafic a toda velocidad que lo chocó con fuerza lanzándolo una cuadra más lejos.  Él estaba cansado de su vida, y se había dado cuenta que sin ella no tenía vida, pero ahora la vida se le escapaba de las manos.


Me levanté de un salto, sentí una presión en el pecho, una angustia irreparable. Necesitaba a abrazar a Francisco, verlo doblar la esquina y que me besara como siempre lo había hecho. Inevitablemente comencé a llorar, a llorar sin remedio, a llorar sintiendo como el corazón se me rompía en mil pedazos.